Algunos de nosotros salimos a cenar la otra noche a un restaurante razonablemente lujoso. Mientras revisábamos el menú, la camarera fue lo suficientemente amable para contarnos que el salmón estaba particularmente delicioso. También deberíamos probar la salsa de alcachofas, dijo. Era su favorita.
Lamentablemente, nuestras preferencias no fueron tan fácilmente modificadas. Ninguno ordenó el salmón y, aparentemente, había poco interés por la salsa de alcachofas. Mientras recolectaba los menú, preguntó nuevamente si íbamos a querer darle una oportunidad a la salsa de alcachofas. Medio en broma, uno de nosotros le preguntó si había alguna razón en particular por la que ella quería que probáramos la salsa.
Percibiendo, sin duda, que estaba hablando con un grupo de aburridos economistas que apreciarían la verdad, contestó honestamente: el chef había creado un nuevo postre (y a ella le encantan los postres). Cualquiera del grupo de atendedores que vendiera la mayor cantidad de salsas de alcachofa y entradas de salmón recibiría una abundante porción del nuevo postre, gratis, como recompensa. Retribuimos la creativa iniciativa de incentivos del restaurant agregando una salsa de alcachofas a nuestra orden.
Más tarde en la cena le pregunté si el restaurant incentivaba frecuentemente al personal de servicio en la venta de productos específicos. Mencionó que en una ocasión anterior le habían ofrecido un premio de US$100 ($55.000 pesos chilenos) a la persona que vendiera más de un item (no me acuerdo cual era).
"Wow" le dije " esos US$100 te deben haber hecho literalmente correr"
"En realidad" respondió "me entusiasma más la idea del postre"
Anoten otra victoria para los incentivos no pecuniarios.
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