Aristóteles de Estágira fue discípulo sobresaliente de Platón y mentor de Alejandro Magno. De ambas relaciones académicas se puede inferir la estatura intelectual que ostentaba este filósofo en la Grecia Antigua y que lo ha situado como el pensador más grande que ha existido.
El griego fue el primero en reconocer la importancia de la propiedad privada. Discrepó en este sentido de Platón y su comunismo en referencia a que la propiedad en común no generaba incentivos en los hombres. Los individuos no se preocupan por la propiedad pública como por la privada. Además surgirían conflictos cada vez que hombres que tuvieran una laboriosidad superior se tuvieran que conformar con porciones de propiedad iguales que los demás.
Del estudio del intercambio concluyó que existe una forma natural y otra antinatural de realizarlo. La primera es la manera trivial en que las personas se abastecen de productos. Es resultado de los excedentes de producción y las asociaciones entre hombres mas allá de los límites de su comunidad. La segunda deriva de la primera y resulta del valor de cambio opuesto al valor de uso de las cosas. Dice como ejemplo que “un zapato se usa para calzarlo y también para cambiarlo: ambos son usos del zapato“
En este sentido manifestó que los hombres adoptan convencionalmente el uso de un artículo para facilitar el cambio: la moneda. Le asocia tres usos que siguen vigentes hasta hoy: unidad de medida para comparar el valor de las cosas, medio de intercambio y medio de acumulación de capital. Como es una creación humana para facilitar el cambio no puede generar riqueza por si misma. Dicho de otra manera, no se debe acrecentar por medio del cobro de intereses. 1500 años después Santo Tomás de Aquino se valdría del filósofo en su Summa Teologica para condenar el cobro de intereses. Esto explica además el hecho de que quienes se dedicaron principalmente a la actividad bancaria en la Edad Media fueran judíos.
Aristóteles fue perseguido luego de la repentina muerte de Alejandro Magno debido a la estrecha amistad que lo unía con el conquistador y pasó sus últimos días autoexiliado en la isla de Calcis “para evitar que los atenienses vuelvan a pecar contra la filosofía” como lo habían hecho con Sócrates 76 años antes. Antes de un año moriría por complicaciones digestivas.
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