Se acaba de aprobar sin oposición un nuevo salario mínimo de $225.000, un 7,1% mayor que el del año anterior. La decisión, como siempre, tiene un trasfondo político,electoral y mediático. De productivo, muy poco. Los beneficios puntuales de un leve aumento de ingreso pueden ser en términos globales, anulados por un efecto negativo en el empleo de personas menos capacitadas y aumento del empleo informal. De rebote, al usarse el sueldo mínimo como base de cálculo para remuneraciones mayores, impacta las condiciones de empleo de otros segmentos. A eso agreguemos una economía en desaceleración que empeoraría el panorama.
Así las cosas, la medida es insignificante en el combate a la pobreza ya que una parte muy pequeña de los beneficios fluyen realmente a las familias pobres. Pero "suena bien".
Además, la discusión general no aborda las maneras en que los empleadores pueden fácilmente esquivar estos incrementos de remuneración para evitar que las personas pierdan sus puestos de trabajo o vean reducidas sus jornadas. Los trabajadores no sólo se emplean por un sueldo sino por una combinación de salario, beneficios, entorno y satisfacción laboral. Forzar un sueldo más alto implica que pueden compensarlo en los otros ámbitos. Puede ser que reciban menos capacitación (y es muy valioso); tal vez tengan que pagar por su propio uniforme; los permisos para trámites administrativos pueden reducirse o podrían cambiar a sus empleados al formato de honorarios o derechamente a la informalidad.
No he leído ningún argumento fundado que sostenga que estos aumentos son positivos ni porqué somos una mejor sociedad al forzar a las personas a recibir un sueldo más alto a cambio de la pérdida de otros beneficios.
Claudio Daud Cortès
Claudio Daud Cortès