En plena Edad Media, los dogmas eclesiásticos contrarios a la propiedad privada y el comercio se oponían a una realidad económica diametralmente opuesta. Florecía la actividad comercial de la mano de la propiedad e iniciativa individual, el crecimiento de las ciudades y la expansión de los mercados. Ante la evidente nueva coyuntura, la Iglesia no podía mantenerse impávida en su primitiva intransigencia. Cómo no, debía ampliar su tutela a ese novel sector de la sociedad.
Tomás de Aquino (1225 – 1274 a.d.), monje italiano dominico de ascendencia aristócrata, es el principal pensador escolástico y abordó en su extensa bibliografía muchos temas económicos. Siempre con la inclinación de conciliar el dogma teológico con la efervescente actividad comercial imperante.
De la filosofía aristotélica reconoce la importancia de la propiedad privada en el bienestar de las personas. No se opone a que los individuos acumulen bienes siempre que lo que hagan con ellos sea virtuoso. Sostuvo que la disposición honesta de la propiedad acerca más a Dios y asegura la vida eterna.
Al igual que Aristóteles, una vez más, Tomás de Aquino no reconoce el intercambio comercial como algo natural sino que como otra de las necesarias imperfecciones humanas. Así, el hombre debía ejercerlo de la manera más recta posible y en la medida que este satisfaciera las necesidades de su familia y el bienestar del país. El “precio justo” debía ser obtenido en base a los costos de producción de la mercadería incluyendo lo necesario para asegurar la subsistencia del productor. Con este precepto validó algunas fluctuaciones en torno al “precio justo”, éticamente inspiradas, dependiendo de las condiciones del mercado. Vagamente justificaba el libre comercio.
A pesar de que la prohibición del préstamo de dinero con interés, usura, es parte de las enseñanzas bíblicas, el futuro santo lo condenó basado también en las premisas aristotélicas. El dinero es una invención humana y estéril destinado a facilitar el intercambio y no puede generar riqueza por si mismo por ser esta una ganancia injusta y antinatural. El clero perdió esta batalla con la masificación del comercio a través de Europa y mudó su esfuerzo hacia la reglamentación del cobro de intereses amparado en el argumento del lucrum cessans.
Tomás fallece camino al II Concilio de Lyon, al que acudía convaleciente de alguna enfermedad vascular, el 7 de marzo de 1724, donde se expondría su estudio sobre los griegos ortodoxos con el objetivo de unificar las dos Iglesias de oriente y occidente.
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