Adaptación de la Columna de Freakonomics blog "Economics and Open Marriage" del 24 de enero de 2012
La vida matrimonial ha cambiado drásticamente durante el último siglo. Ahora podemos controlar la fertilidad; las mujeres tienen expectativas de ingresar al mercado laboral; las tareas domésticas han sido alteradas dramáticamente por la tecnología; y las costumbres sexuales son distintas. Sin embargo, la mayoría de las parejas firman un contrato nupcial prácticamente idéntico al que firmaron sus abuelos (sin considerar el divorcio que Chile incorporó hace poco, siendo el último país del mundo en hacerlo).
En nuestras relaciones laborales y románticas, vivimos bajo el imperio del libre albedrío: cualquier parte puede abandonar la relación si no les funciona. Pero en nuestras relaciones de empleo negociamos términos individuales y particulares con nuestros jefes, regateando por sueldos, beneficios, horarios, tareas y días de vacaciones. Este contrato personal te permite definir la relación que mejor funciona para ti y tu empleador. Deberíamos tener el mismo enfoque para la vida marital.El matrimonio se puede fortalecer personalizando contratos nupciales que enfaticen los elementos que son esenciales para hacer funcionar cada relación. ¿Es el "hasta que la muerte nos separe" indispensable? ¿Qué tal repartir las labores domésticas? ¿Vivir cerca de unos padres u otros o ninguno? ¿Quién se queda en casa sin trabajar si se enferman los hijos? ¿Gastar o ahorrar? ¿Jubilar anticipado o postergado? ¿Cuántos hijos? ¿Cómo repartiremos el tiempo entre trabajo, familia, amigos y cada uno?
Todas estas interrogantes están en el centro de la vida en común pero sólo una - la fidelidad - está en el contrato de matrimonio.
¿Porqué siguen las personas firmando prácticamente el mismo acuerdo que sus abuelos?
Tal vez estamos entrampados en un mal equilibrio, en el que las parejas temen sugerir un contrato distinto que puede ser interpretado como de mala fe. Imagínate sugerirle a tu novio o novia que estás tan empecinado en evitar un divorcio que, aunque tratarás de ser infaliblemente fiel, tú crees que la infidelidad no debiera ser considerado un pecado capital. El problema es que tu pareja inferirá que quieres flexibilidad en el compromiso porque planeas serle infiel. Y sin darte cuenta, se cancela la boda. Mejor no "hacer olitas".
El resultado es que muchas parejas terminan acordando el mismo centenario contrato que apenas ha cambiado, aunque el matrimonio si lo ha hecho.
Cómo debiera ser este contrato matrimonial personalizado?
Para algunos, reparto igualitario de las labores domésticas; para otros, privilegiar carreras sobre familia; y para otros "picados de la araña", antes de decir "si, acepto" es sabio tener una seria discusión sobre la importancia de la fidelidad sexual.