Laurita llegó al taller donde trabajaba hace 6 años. Ya era fin de mes y en “La Hilacha” era día de entregas. Ella hacía las bastas y las reparaciones; Doña Liliana hacía las confecciones (era la dueña desde que habilitó la bodega de su casa para coser y parar la olla cuando la despidieron del supermercado donde era supervisora).
Laurita aprendió a reparar ropa en la nocturna. Allí terminó la media después de tener a Carlitos gracias a un programa especial de la muni. Un par de añitos después vino la Nicole. La tuvo con su pololo de entonces. Ambos van ya al colegio y la Nico pinta pa’ mejor estudiante.
Laurita ha notado que doña Lily anda media seria esta semana. Aunque hay menos pega, siempre tienen qué hacer (aunque a veces las clientas se demoran en pagar). Puede ser eso o a lo mejor son las noticias. Siempre tiene la tele prendida en el taller y las ve todo el día. Ahora último la hace callar cuando aparece esa señora morena que reclama fuerte por el sueldo mínimo. Es brava parece. Menos mal que ya no sale; se arreglaron con el ministro y parece que lo subieron harto porque paró de gritar.
Se alegró Laurita. Con esas luquitas más alcanzará para darse una vuelta por el cine con sus críos. Hasta con palomitas.
“Laurita, ven” dijo doña Lily. “Me da mucha pena, mi niña, pero hasta fin de mes nomás llegamos.” Tenía los ojos vidriosos. “Tengo que subirte el sueldo y no me alcanza. Si lo hago tengo que dejar de pagar la luz... o la cuota de la overlock. Y así tendría que cerrar” A Laurita le dio como fiebre. “Atenderé sola el taller. No podré recibir muchas prendas pero podré pagar las cuentas al menos” dijo doña Lily.
Laurita se quedó pensando... el cine tendrá que esperar.
Final alternativo
“Laurita, ven” dijo doña Lily. “Te tengo una buena y una mala. Cuál prefieres”. “La buena” dijo Laurita. “Fue bueno al aumento del mínimo este año. Te lo empiezo a pagar desde el otro mes”. “Gracias doña Lily” respondió Laurita, llena de ideas. Ir al cine con sus críos era una. Hasta con palomitas. “¿Y la mala?” Doña Lily la miró preocupada. “Tendremos que subir los precios. A lo que más hacemos (eran las bastas). Así no se nota tanto”
La Charo la tenía difícil. Andaba al tres y al cuatro con su tallercito de costura. A una cuadra, “La Hilacha” era la preferida por las vecinas. Hacían mejor los trabajos y la señora tenía una ayudante. Además, la única máquina de coser que le dejó el Walo, apenas funcionaba; las otras se las había vendido un día que andaba tomando con los amigos. Nunca más supo del (ni de las máquinas).
Hace un par de semanas la cosa iba pa’ rriba. “La Hilacha” había cerrado. No sabía por qué pero, de un día para otro, subieron los precios. Las vecinas le contaron. No había mucha plata y empezaron a llevarle las preguitas a ella. Incluso la ayudante, Laurita parece que se llamaba, fue a ofrecerse de ayudante. No daba para tanto.