Luego de décadas de análisis de las políticas económicas capitalistas que tenían a los países europeos y a Estados Unidos montados en un vertiginoso desarrollo, Karl Marx publica, en 1867, el primer volumen de su obra El Capital. En esta predice la caída del sistema capitalista basado en las siguientes premisas.
Dado el galopante crecimiento económico y aumento del número de empresas oferentes en los mercados (situación imperante en esos países durante el siglo XIX), sus márgenes de utilidad se reducirían cada vez más. Ante esto y la consecuente intensificación de la competencia, sólo sobrevivirían los más fuertes, los pequeños productores tendrían que salir del mercado o venderse a su competencia y las transacciones se concentrarían en pocas empresas de gran tamaño. Estas firmas de gran envergadura sustituirían mano de obra por tecnología, tendrían mucho poder para explotar a sus trabajadores y aumentarían los desempleados. Debido a la extensión de este escenario de libertad económica y abuso de la clase asalariada, las protestas laborales serían cada vez más frecuentes, las crisis se repetirían cíclicamente, la economía entraría en frecuentes depresiones y éstas afectarían cada vez a más personas.
En pocas palabras, el capitalismo contenía la semilla de autodestrucción en su propia estructura conceptual y funcional. Ya en su Manifiesto Comunista de 1848 había escrito:
"El desarrollo de la industria moderna horada desde sus pies las fundaciones sobre la cual la burguesía produce y se apropia de producto. Por lo tanto, lo que la burguesía produce, sobre todo, son sus propios enterradores. Su caída y la victoria del proletariado son igualmente inevitables."
Las ideas marxistas fueron paulatinamente sepultadas a través del siglo XX y recibieron su golpe de gracia a partir de 1989. Había predicho el colapso del sistema libremercadista y una revolución mundial. El incumplimiento de la profecía, la capitalización de la China comunista y la caída del bloque soviético condenaron la doctrina por inservible y anárquica. El auge económico a partir de la administración de Bill Clinton y la locomotora americana tirando la economía mundial puso la lápida.
Hoy, la crisis subprime del mercado hipotecario americano y su efecto dominó se extiende por todo el mundo y bota gigantes organizaciones inversionistas como si fueran kioskos de esquina. Corporaciones titánicas, llenas de dólares y con un mercado copado a quien prestárselo, voltearon su mirada hacia un segmento de clientes más riesgoso pero dispuesto. Entre cerebros creativos y directores ávidos de más negocios inventaron una forma de darle validez a esos instrumentos de deuda cuestionables y estos se transaron a través del mundo con seguridad absoluta. Las ventas inmobiliarias se dispararon, las economías hirvieron y la burbuja se infló. Son las mismas corporaciones que con sus toneladas de divisas han especulado con los commodities, encareciendo la vida del ser humano promedio.
Ahora que esas deudas no se pagan, caen quienes prestaron ese dinero y quienes les prestaron a ellos o compraron sus títulos hipotecarios sembrando el pánico financiero, económico y político.
¿Qué dirían ahora los dogmáticos liberales de la doctrina económica que defendieron a ultranza como la receta perfecta de crecimiento y mejoramiento de la calidad de vida de las personas en general? ¿Qué falló? ¿No tenemos acaso gigantes corporativos, formados por compras y fusiones a partir de sus competidores más pequeños? ¿No hay acaso concentración en esos mercados financieros? ¿No es el desarrollo del mercado hipotecario subprime un tarascón desesperado para aumentar la rentabilidad de la industria? ¿No son los millones de ciudadanos promedio, que han visto como el costo de su vida sube y se empobrecen, una clase sobreendeudada y oprimida? ¿Alguien duda de que, de una u otra manera, no habrá ciudadano en el mundo que no se vea afectado por este conflicto? ¿No estamos en crisis y seguramente pronto en recesión? ¿Aunque de mayor gravedad, no es esta crisis subprime otro desequilibrio económico negativo como los que se vienen repitiendo sucesivamente cada década?
Sin duda, Marx fustigaría hoy al capitalismo con evidencia en mano. Aunque evidentemente, en este siglo XXI, nadie recomendaría la receta socialista de economía centralmente planificada como salida a esta crisis, la lección subyacente es clara: sin la regulación apropiada, el capitalismo feroz tiene la semilla de autodestrucción en su propio corazón dándole la razón al Manifiesto Comunista de Marx de hace 170 años. ¿Quién ríe ahora?