En los inicios prehistóricos de nuestro género, todos las comunidades eran nómades. No podían encontrar permanentemente en un lugar todo lo necesario para satisfacer sus necesidades básicas (no conocían la agricultura ni la domesticación de animales) y asegurar su subsistencia. Debían atravesar grandes extensiones para recolectar frutas y raíces silvestres o para cazar un animal y aprovechar su carne. Buscaban permanentemente un clima que no les fuera adverso y les diera mejores condiciones de vida. Era un dilema de vida o muerte.
Las desventajas de este modo de vida eran múltiples. Los grupos debían ser reducidos ya que la permanente escazes de alimentos no permitía asegurar comida para todos. Los constantes viajes los obligaban a estar en lugares que no dominaban geográficamente y, por lo tanto, se veían expuestos a ataques de fieras u otros grupos de hombres. Tampoco podían mantener un lugar de refugio seguro por mucho tiempo y las inclemencias del clima los sorprendían en lugares poco adecuados. Pero este modo de vida tenía un costo aún más grande: no les permitía desarrollarse socialmente. No había recursos para ejercer la solidaridad, para ayudarse en grupo y reinaba más bien el "salvese quien pueda".
Al dominar la agricultura y la crianza de animales para asegurar su alimentación, se pudieron establecer en un lugar seguro y fortificado, mejorar su infraestructura de vivienda y conformar grupos humanos más grandes. Entonces desarrollaron mecanismos de defensa basados en las relaciones humanas más eficaces y la sociedad comenzó a proteger a sus elementos más débiles. Los ejercitos defendían de los invasores, los adultos cuidaban y enseñaban a los niños y, en general, el grupo podía autoprotegerse mejor. Podemos encontrar en la literatura miles de tratados que demuestran la aceleración en la evolución del hombre que significó el paso del nomadismo al sedentarismo.
¿ Y porqué entonces parece haber millones de nuevos nómades en la sociedades contemporáneas? Tal cómo lo hacían nuestros antepasados hace 30.000 años, hoy hombres y mujeres cambian su ciudad o país buscando mejores horizontes. No hablo de emigrantes ni patiperros solitarios sino de los profesionales y sus familias que optan por embalar muebles, colchones y cacerolas para tomar un ofrecimiento de trabajo en una ciudad lejana. Ya no encuentran en el lugar actual la satisfacción de todas sus necesidades y deciden emigrar a un lugar que les ofrece más abundancia. Con el reinado de la globalización y la conformación de corporaciones multinacionales, millones de profesionales son tentados para hacerse cargo de filiales, sucursales o casas matrices a miles de kilómetros del lugar que sus lugares de origen.
Indudablemente que, considerando la carrera profesional, es una decisión acertada. Se mejora el curriculum, se obtiene puestos de más poder, se fortalecen los ahorros, etc. Pero así como para nuestros tatarabuelos de las cavernas, para nosotros, este neonomadismo tiene costos. Y uno muy similar.
Al cambiar de lugar de establecimiento, se cortan o debilitan lazos familiares o de amistad que nunca se recuperan. Se esfuma la relación con compañeros de colegio, profesores y amigos del barrio. Con novias y pololos. Se acaban las caricias con los abuelos, los paseos con los tíos y las fiestas con los primos. Pasan al olvido los nombres de las calles, las olas de las playas y el olor de los cerros que nos cobijaron de chicos. Tambien se interrumpe el traspaso de los valores familiares desde nuestra ascendencia.
Al llegar al nuevo destino, el núcleo familiar se encuentra viviendo en un lugar extraño, sin lazos con nadie y obligados a construirlos. Se desconectan entre ellos debido a las largas horas de trabajo de los exitosos padres y los más jovenes arriesgan malas juntas con nuevos amigos desconocidos. Pasa el tiempo y cuando se han construido nuevas relaciones de afecto y las cosas tienen un matiz de normalidad, aparece un nuevo puesto gerencial en otra ciudad con lengua desconocida y comienza todo denuevo.
Este nomadismo no tiene muchas diferencias con el de 300 siglos atrás. En pleno siglo 21 seguimos poniendo trabas al desarrollo social y gregario, exponiéndonos a riesgos, en virtud de un lugar que satisfaga mejor nuestras necesidades. Involución pura.
¿En qué nos transformamos tras años de vivir este neonomadismo? En seres desarraigados, sin crianza de afectos , individualistas y disociados de la realidad familiar. Influidos por códigos morales de televisión y huérfanos. No pertenecemos a ningún lugar. En sociedades donde cada vez hay más peligros de qué proteger a los jóvenes, decidimos correr todos los riesgos, desprotegerlos dándoles ambientes inestables de desarrollo. ¿Vale la pena el costo?