Siempre he observado con curiosidad la relación entre las mujeres y los zapatos. No es que sorprenda tanto el consumo ilimitado de zapatos, sandalias o botas que muchas féminas exhiben (sobre gustos y preferencias no hay nada escrito), sino más bien por la argumentación que usan para justificarse. Hasta ayer, toda ésta seguía una línea definida: los zapatos “completan” la tenida y en virtud de la variedad y originalidad, cada conjunto debe tener su propio calzado. Así entonces, el stock de zapatos no tiene fin.
Sin embargo, en la prensa extranjera de hoy, encontré una interpretación de una mujer inglesa que se justificaba económicamente en los siguientes términos. Las mujeres van a necesitar zapatos siempre, “llueva o truene” y mientras más zapatos tengan, mejor preparadas estarán para las impredecibles circunstancias que puedan enfrentar día a día. Por esto, deben comprar zapatos nuevos sin importar si suben de precio, ya que demanda siempre va a existir – no pueden deambular descalzas. Mirado así, un nuevo par de zapatos, decía, es siempre una buena inversión.
Si bien no soy experto en moda, si creo que este análisis debe empezar por sincerar el término “inversión”. Yo estimo muy bien gastado el dinero que uso en el supermercado cada semana pero no son acciones de LAN. Los zapatos son y seguirán siendo un bien de consumo que satisface una necesidad humana básica: vestuario.
El calzado (u otro bien), será “elástico” con respecto al ingreso de una persona si ésta no deja de comprarlos cuando cae su sueldo. Asimismo, serán “elásticos” con respecto al precio si sigo adquiriéndolos cuando suben su valor. Todas las personas tenemos algún grado de elasticidad cuando demandamos un producto; en el caso de la inglesa creo que su “elasticidad” es completa en ambos casos.
Sin embargo creo que esta situación se explica mucho mejor con el concepto de “utilidad marginal decreciente” que afecta al consumo humano. El beneficio que me da el consumo repetitivo de un producto es siempre menor que el anterior. En este caso, el primer par de zapatos protege los pies y los siguientes son sólo variedad. Con uno basta y mientras más pares compro, mayor es la probabilidad de que estos descansen en el closet en su envoltorio original. ¿Quién no ha visto esta incongruencia?
Por lo tanto, la decisión de comprar un nuevo par de zapatos debiera depender de si no tenemos zapatos, más que de si tenemos una pieza llena. A menos que las mujeres asuman que cada par de zapatos sea un producto distinto al otro (y que satisface la necesidad de una tenida distinta) y por lo tanto el principio de utilidad marginal decreciente no se aplica. Me inclino por ésta última.